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No fui a la escuela en la guerra pero me enseñó todo mi abuelo, prácticamente todo lo fundamental: leer, escribir y las reglas. Porque había maestros rurales pero sin titulación ninguna, luego esos maestros fueron poco a poco sustituyéndose.
En esa época sí había distinción entre chicos y chicas. A lo mejor íbamos 30 chicos y 10 chicas.
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Mis padres aunque no hubieran tenido dinero me hubieran hecho estudiar. En Alpera muchos de los que estudiaban no lo hacían porque fueran pudientes, sino porque había mucha afición a la enseñanza y a la cultura.
Cuando veníamos a examinarnos en el Changai, que era un tren muy típico y muy célebre, veníamos 15 ó 20 de Montealegre, 15 ó 20 de Alpera y 8 ó 9 de Almansa.
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Estuve en Madrid haciendo oposiciones a abogado de Estado. Y llegué incluso a hacer silla, aguanté hora y media en el tribunal. Pero se puso mi padre enfermo y como la finca tenía cierta categoría como para poder vivir de ella me volví. Y una vez en Alpera pues ya me desambienté un poco.